viernes, 30 de octubre de 2015

El club (Larraín, 2015)

Perturbadora e imaginativa cinematográficamente, el chileno Pablo Larraín nos trae una cinta en la que el silencio sobre las violaciones de curas pedrastas se rompe.

Quizás sea lo atractivo del tema. Un retiro eclesiástico que oculta las perversiones sexuales, los vicios y las maldades de unos curas condenados a vivir, silenciando su pecado. Es un film de profunda denuncia de los abusos, de abusos a niños, de abusos homosexuales. Es un film en el que el pasado, enterrado poniendo tierra de por medio en una alejada casucha de la costa chilena, se desvela aterradoramente, en silencio. 
El club trata de las relaciones del ser humano con la moral, de la aceptación, de la falsa moralina de la iglesia, del dolor humano, de la hipocresía. 

Pero también es la narrativa audiovisual. El cineasta juega a propósito con la textura de la imagen (con el grano), con una penumbra de ensoñación que enturbia la 'santidad' de los "curitas", pero también los contrapone con primerísimos planos de confesiones en gran angular, en el que no hay sombra ni escapatoria de los curas en retiro ante el nuevo "padre" que viene como purgatorio.  
Las imágenes reflejan mucho más de la realidad de lo que en un primer momento se puede atisbar, en un ejercicio fílmico en el que la violencia de la imagen dota de fuerza narrativa a los hechos, los refuerza. Oculta y "nubla" los pasados ocultos. Detona violencia, garra, carrera de galgos.

El galgo es la gran metáfora que acompaña y es leit motiv del film. El galgo como perro ganador "de plata", como cariño animal que no entiende de hombres, mujeres ni niños. El galgo como lo prohibido (el sexo), como el pecado. El galgo que persigue lo que no podrá tener: una presa alrededor de la que corre, que roza con su hocico, que nunca podrá tener...

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