jueves, 20 de agosto de 2015

Señor Manglehorn (Gordon Green, 2015)

  Soledad y amargura en una coctelera indie

Al Pacino encarna a un cerrajero gruñón, solitario y amargado de un pequeño pueblo de Texas en un film indie que reflexiona sobre la existencia del ser humano, la soledad y las decisiones personales a través de este personaje huraño condenado a vivir en el pasado de un amor que nunca volverá.
Gordon Green retrata a través de una vida anónima la soledad de un hombre cualquiera, cotidiano, cuya existencia en el mundo perdió el sentido cuando dejó escapar al idealizado amor de su vida, Clara, a quien escribe incesantemente cartas que siempre volverán a su buzón, y que vacila entre el derrotismo y la obligación de vivir, sin ningún sentido, cada día. 

La falta de contacto humano real del personaje se manifiesta en su carácter huraño, en su manera de apartar a las personas que intentan acercarse a él (su hijo, que trabaja de ejecutivo en una multinacional y que acaba en negocios turbios, Holly, la encantadora cajera con la que intenta reconstruir su vida sentimental), en su desaliñada casa, una jaula-pocilga que comparte con su gata, Fanny, y en la que encierra todos los recuerdos de Clara, una metáfora de que vive encerrado y anclado al pasado. 

Fuerza narrativa visual

Si bien la historia es hasta cierto punto, anodina, la manera de utilizar los recursos narrativos visuales es uno de los principales puntos fuertes de este film en tonos indie.
Relata con brillantez lo insignificantes que somos las personas, lo insignificantes que somos hasta que algún desconocido nos concede una mirada anónima y desinteresada. Un encadenado de planos de miradas de extraños en un bar, mirando directamente a la cámara, que se vuelve la mirada subjetiva del protagonista, nos traslada esta sensación. 
Este juego que mezcla la objetividad y subjetividad es un elemento recurrente, que enfatiza el aislamiento del señor Manglehorn frente a la realidad, y que es más palpable en la secuencia en la que un accidente múltiple con un camión de sandías (una secuencia espectacular visualmente), pasa indavertido para el huraño cerrajero. 
Otro de los momentos estelares a nivel visual es el encadenado de la operación de la gata, Fanny, tan realista como repulsiva, que posiciona al espectador ante un shock visual, intercalado con pequeñas secuencias de la vida diaria de su dueño.  
La locura del excéntrico cerrajero se complementa con planos abstractos y a veces pantallas partidas, con voz en off que narra su conciencia, superposiciones, silencios y planos en cámara lenta, oníricos, que rompen con la fluidez de los pensamientos.

Al Pacino, Al Pacino, Al Pacino

Quizás sea el otro punto fuerte del film. Al Pacino envuelve la pantalla, la llena, la desgarra, la mueve, con una sinceridad y realismo arrebatadores. Al Pacino se viste de misantropía para encarnar a este anciano huraño y sarcástico, incapaz de sentir empatía ni interés por la vida. Sin Al Pacino, este film sería una inconexa película indie pretenciosa que no conecta con el espectador, abrumado, sobresaltado constantemente. Al Pacino nos hace odiar al encerrado señor Manglehorn en su cita con Holly, y amarlo cuando se enfrenta a su hijo, que va a visitarlo en su Porsche todoterreno, en un intento desesperado de pedirle dinero al anciano sin blanca. La versatilidad, la fuerza, las impone el que fuera padrino con Ford Coppola.